Siempre que acabo un poema,
siempre que escribo el último verso
en mi interior siempre se repite
que éste sí, éste es el último verso;
que ya no queda más tinta
en ningún lugar de mi cerebro.
Y, de repente, surge un verso
y otro verso, y otro verso surge,
un verso más vuelve a iluminar
aquel verso olvidado
y, si entonces conmigo me enfado,
el verso respira fuerte
y resurge hasta bien rimado.
¡Qué desgracia tan alegre!
¡Qué paradoja, hermano!
Tener otra vez la necesidad,
la extraña necesidad de escribir
desde la más perezosa neurona
o, quizás, desde más adentro.
¿Será éste, el último verso?