Qué difícil resulta decir lo que uno siente
cuando no siente nada
y es la noche
la claridad más próxima,
qué difícil hablar si enfrente tuyo sólo encuentras estatuas
y hay estancias
del tamaño de un pájaro.
La mitad de la vida se nos pasa
velando el corazón entre rameras y músicos, la otra
espantando a los perros que ladran cuando pasa
por la calle un leproso,
casi siempre
ebrios de oscuridad, sobreviviendo
de mentiras y endivias en salsa roquefort.
Los mendigos de Esmirna fueron más previsores y se hicieron agnósticos,
de esa forma
consiguieron robar a los artistas famosos que emulaban
la igualdad de los sexos y dormir
bajo cielos de iguanas en Bizancio,
nosotros, sin embargo,
aunque nunca sufrimos la amenaza de un rey apocalíptico,
tuvimos que exiliarnos, escondernos de Sila y pernoctar
a la luz de un candil en pleno invierno.
De aquella juventud, hoy estos barros:
quienes fuimos discípulos de Heidegger pretendemos
convencer al psiquiatra de que el loco
es aquel que bosteza cuando alguien pregunta
por la tabla periódica.