Yo también temo, como teme el infante
solo en la ciudad, cuando es tarde y no está su padre,
como el enfermo acongojado valorando su fortaleza perdida
como el sol errante en el orbe, un dibujo que le acentúa facciones humanas, tal vez una cara sonriente.
Yo también temo por el justo día en que manifiestamente me enredé en sus curvas tangibles,
en tolvanera de nuestro fecundo sigilo,
que noche a noche me arrebata,
porque es lujuria, es profundo cuento mío,
por ver aquella dama a mi lado,
que conocióme tan arrinconado en temer
Ay, cuánto temo,
apiádate, mujer…
Ahora que te vivo.