Con sus gráciles dedos el céfiro peinaba
las glaucas guedejas que por los prados sonreían,
su música acariciaba
el terciopelo esmeralda de la pradería.
Trinos de vivos colores surcaban el aire
en el verde frescor de la mañana cetrina,
mientras el amarillo canto de la oropéndola
en la fronda de un enhiesto chopo se escondía.
La dulce risa del silencio entre la espesura
sutilmente se escurría
y en sus candorosas alas llevaba prendidos
azules mechones de mi arrebolada vida.
Cálidos aromas portaba la sedosa aura
entre los tiernos abrazos de la suave brisa,
mientras mis penas se las llevaba la corriente
entre llantos y sonrisas.