La verde brisa besa la copa de los árboles
entre luces cenitales y suaves rumores;
en pos de sí se escuchan cantarines silencios:
dulces melodías de gárrulos ruiseñores.
En el silente fragor de la verde alameda
suspiran al viento fragantes exhalaciones
y entre el trémulo reír de las plateadas hojas
se apagan los ecos de los pájaros cantores.
Cuando el rendido ocaso extiende su rojo manto
y el reluciente oro enciende el lejano horizonte,
la exhausta alameda inerte y muda se queda
para adormecerse en los brazos de la noche.
En las alas del silencio derramo mis lágrimas
y a la nítida corriente arrojo mis dolores
para que de la muda alameda se los lleven
entre las heladas risas del viento del norte.