Había una vez un horizonte lejos de la orilla del mar abierto. En ese horizonte se escucha una voz, no es grito. Y dice… -“el que venga a mí tendrá riquezas…”-. Un joven que iba y venía en la orilla escucha ese lamento desde la orilla. Y se llama Lúcido, cuando de pronto, él le responde y le pregunta… -“¿cómo puedo ir a tí si apenas estoy en la orilla?”-, y Lúcido, no escuchó respuesta, sólo un deseo de que él fuera hasta el horizonte y tendría riquezas. Entonces, Lúcido, ataviado y yá bronceado por el sol de la tarde quiso ir hasta esa dulce y endecha voz. Cuando zucumbió en un delirio y era el frío y el miedo que le daba pisar aunque sea la orilla del mar. Pero, él quería ir hasta allá. Hasta esa voz mágica que a él le hablaba, y, piensa y trata de decidir, mientras que pasan las olas dejando espuma salada a sus pies. Y vió volar las gaviotas, las golondrinas y aves por encima del mar abierto. Y quiso ser ése joven capaz de aventurar con la locura dispuesta a olvidar toda vida terrestre, entonces, embarcó con su cuerpo y sus brazos, hacia ése horizonte que le hablaba, que desconocía, pero, sabía que había algo grande e inmenso allí en medio del mar abierto. Entre el mar y ese horizonte. Y fue a buscar su riqueza, desde su altísima cúpula, donde se siente el bravío mar, las olas embravecidas, la luz yá no se vé, sólo el ígneo del ocaso yá se veía venir. Pero, la voz le seguía hablando, y él seguía la voz. Cuando miró a su lado no había nada, sólo agua, pero, el horizonte seguía allí como esperando lo inesperado entre él y el mar abierto y claro está el horizonte. Y Lúcido, se siente desolado, triste y nervioso, se adentró mucho en el mar abierto con sus brazos cansados. Nadó y nadó, y quiso ser ése nadador en llegar a la meta y si comenzó hay que terminar. Nadó y nadó más y más. Y vió que al horizonte no lograba llegar y que estaba lejos el horizonte. Nadó y nadó y sucumbió en un trance y su cuerpo estaba frío por las aguas del mar. Tormento y frío, un desenlace casi infructuoso, nadó y nadó. Y quería más riquezas cuando yá se encontraba en la riqueza mayor del ser humano, sobre el agua, el mar es agua y es vida también. Aunque no era su hábitat cayó en un trance. Y buscó ayuda. Y sucumbió en un percance. Sus brazos cayeron en un delicado, pero, insaciable cansancio. Y no quiso proseguir nadando hacia el horizonte. Y se dijo él, Lúcido, -“cada vez que nado más lejos es el horizonte y la voz”-. Y quedó allí nadando hacia el horizonte. Y nunca llegó a él.
FIN