El silencio de la noche le habla a la aliseda
entre risas de agua y suspiros de viento;
con melosa voz le contaba todas sus penas,
que eran tan carmesíes como sus sentimientos.
El río escuchaba sus apagados gemidos
conteniendo en el aire el rumor de su aliento,
mientras en su cristalino regazo recogía
las amargas lágrimas que exhalaba el silencio.
La noche fluía en busca de la alegre alborada
para alejarse de sus más inhóspitos miedos
y en su lento discurrir
se refugiaba en el tul de sus azules sueños.
Cuando el silencio de la noche se duerme en la
dulce mañana, la aliseda sonríe al céfiro
y el eterno fluir de las cantarinas aguas
se lleva las penas de la noche al verde piélago.