Entre albas madreselvas y límpidos cristales
un tierno infante las horas entretenía,
en el incesante vagar de su fantasía
lágrimas y suspiros derramaba a raudales.
El eterno fluir con sus ojos virginales
contemplaba mientras del entorno se abstraía,
para el triste infante en el mundo nada había
fuera del amor y las caricias maternales.
La pasada noche mientras el niño dormía
una arcana voz le produjo gran estupor:
su adorable madre por los cielos ascendía
llevándose para siempre consigo su amor.
El triste niño las madreselvas no veía
ni la corriente que se llevaba su dolor.