Estaba en el taller de empleo junto mis compañeros escuchando la charla sobre seguridad en el trabajo, materia obligatoria. Muchos compañeros estaban cansados y aturdidos de una materia que consideraban sin importancia para desempeñar correctamente su puesto de trabajo. Salimos de allí aburridos en los minutos que nos había concedido la chica que impartía el curso para despejarnos y tomar un café rápido de la maquina que estaba en el almacén. Esto era una práctica habitual que se había consolidado casi como un derecho, ejerciéndolo habitualmente cada cuatro horas, es decir, dos veces al día en cada jornada de trabajo. Una compañera sacó su móvil de camino al almacén a las aulas. Nos leyó la siguiente noticia en el breve paseo.
-Un hombre del Roser de unos cincuenta años está atrincherado en su casa con un arco flechas, y unos machetes. La policía lo tiene rodeado, pero un vecino ha conseguido dialogando que se entregue.
La noticia era tan absurda que parecía real.
El medio año festero-dijo alguien, aludiendo a que la conducta de este hombre se debía al fin de semana de fiesta y alcohol que se celebraba en la localidad con motivo de la celebración de medio año de fiestas.
¡Que le den al imbécil ese!- escuché de otra persona.
A mí me pareció una historia bastante triste y cotidiana de alguien desesperado, así como absurda y lógica en este lugar. De hecho la había escrito unos 10 años antes y protagonizado en un vídeo titulado:
acorralado, los que emigran y que quedan en España.
Este vídeo estaba en los juzgados porque pensaban que yo quería hacer algo semejante a lo que había hecho este hombre, pero en mi caso era como una premonición de cosas horribles que no iban a parar de suceder en un sitio donde no hay trabajo, ni buenas relaciones sociales, corrupción judicial, policial, abuso del poder…
Saqué el café de la maquina llevándolo en la mano hasta unos banquitos bajo unos chopos sin hojas. EL aire fuerte de poniente, cálido y molesto de primeros de marzo empezó a soplar en una tierra seca donde sopla un viento airado que nunca deja que caiga el agua. Mi compañera nos enseñó como metían la cabeza en el coche patrulla delante de sus vecinos al último indio de la calle de San José.
EN el Roser entre las barreras de los toros estaba el arco tirado en el suelo así como varias flechas clavadas en el coche patrulla y en la madera de una protección contra toros de una casa. El último indio ofrecía un aspecto de ebrio que entonaba tambores de guerra:
Tam, tam, tamtam, tam, tam, tamtam.
¿ Por qué lo has hecho? Le preguntaron varias personas que lo apreciaban y lo conocían de toda la vida. Tienes un hijo pequeño que te está mirando hombre.
El hombre aturdido y desde la ventanilla cerrada solo veía extrañado al vecino que le había convencido de que dejara el arco en el suelo. Este, un hombre anciano de pelo blanco, muy delgado y semblante amable, lo miraba con pena y compasión.
Nos vamos jefe- le comentó el policía mirándolo desde el retrovisor.
¿ Por cierto amigo?- que te ha dicho para que te entregues el tipo ese.
Me ha dicho:
Estás cansado de tanto luchar en esta vida. Deja el arco para que siga otro.
Veréis me he sentido tan mal al escucharlo allí plantado preocupado por mi, que he dejado el arco en el suelo y me he entregado.
Angelillo de Uixó.