Muere el día. Silencio, hora crepuscular.
Tintes rosáceos, amarillentos y anaranjados,
pálidos y tenues; siluetas nocturnas...
Todas estas cosas son cómplices
de este profundo mutismo del entorno.
¡Cómo me absorbe este silencio
y esta soledad!... Mi corazón,
una eternidad petrificado,
se conmueve ante tal belleza muda.
Mi mirada traspasa un hechizado portal
de una encantada dimensión.
Mi alma vuela en carrozas de fuego
más allá del infinito,
bordeando universos
con billones de soles
y una inefable dicha inusitada.
Ahora puedo buscar mi gemela enamorada
por los confines de la eternidad,
porque soy dueño del tiempo y éste
es el señor de Todo.
Ahora soy Dios,
ahora soy amo del Universo,
ahora he encontrado el equilibrio mágico
de la armonía celeste.
¡Te amo, princesa incorpórea,
belleza perfecta, inspiración de mis sueños!
Siento el goce infinito
de tu amor imperecedero
en la arrolladora eternidad.
¡Vives y bulles dentro de mí,
belleza de luz, provocándome
un bienestar sin medida
en una indescriptible felicidad perpetua!