Una fresca noche de agosto,
en mi peor momento me encontraba.
Una relación recién terminada
y alguien fuera de mi casa,
ansioso me esperaba.
No tenía muchos ánimos
para hablar de lo mágico.
Pero allí estaba con él,
en mis brazos, suspirando.
Conocía su dolor,
ese de no poder cambiar algo.
Confesó cuántos años me había anhelado,
confesó que por mí todo lo había intentado,
excepto eso: enfrentarlo...
Enfrentarlo todo, contármelo.
Fue allí cuándo me pidió el abrazo.
Y fue tan cómodo estar a su lado,
nunca le dije cuán confortable me había resultado.
Su compañía, sus palabras, sus brazos.
Le dije la verdad, no estaba dispuesta a amar.
Aún mi corazón estaba ocupado,
y no sería genuino, sería engañarlo.
Y se fue.
Y no volvió.
Sé que su amor era sincero.
Siempre me dijeron cuánto me quería.
Pero nunca fue directo.
Siempre cerca mío, siempre como amigos.
Y hace poco más de un año,
de todo ello hablamos,
en esa noche, que bien recuerdo.
Porque hoy nada me duele,
y tengo ganas de intentarlo.
Lo busco y descubro que su corazón ya está ocupado.
No coincidimos en el tiempo
para buscarnos.
Él por no esperarme,
y yo por no quererle
cuando estaba a mi lado.
No sé qué piensa de mí hoy
y él no sabe lo que siento.
Esperaré al destino
que siempre hace lo correcto.