Una sutil y transparente gasa
con sus sedosas y alargadas lenguas
asciende lentamente por el valle
acariciando montes y laderas.
Los mortecinos rayos languidecen
al caer el velo sobre la ribera
y el paisaje en penumbra permanece
al paso de su grisácea estela.
Sus inasibles y húmidos dedos
acarician todo lo que rodean,
como la suave y maternal mano
que al tierno infante mima satisfecha.
Sedosos cabellos deshilachados
hacia las más altas cumbres se elevan,
tras ellos va ascendiendo silenciosa
la imparable masa de suave seda.
Todo el valle termina sumergido
en un vellón de lana cenicienta,
que a modo de nave fantasmal surca
el tenebroso océano de tierra,
mientras ostenta alegre y jubilosa
los altos picos como ufanas velas.