¿Desde cuál tiempo,
desde cuál puerta
entornada
te asomas?
Hundido
en la realidad cotidiana,
desarmado
y rearmado
en la cadena de montaje
de las ocasiones más nimias,
abres la puerta
de par en par:
los cuerpos
no se disuelven,
se obstinan,
perduran.
Abres la puerta,
te adentras
en el paisaje en movimiento.
Eres
el movimiento del paisaje.
El árbol
despeñándose
hacia el azul:
sus raíces
se hunden en la tierra
su follaje
es la luz
unánime
del cielo.
Abres la puerta:
diluvio
en la cumbres nevadas,
hendidura
de la corteza continental,
oscilación
de la curva terrestre,
parábola
abrupta del horizonte.
Aquí
ahora
adentrándote,
pegando fuego con dedos eléctricos al paisaje
de por dentro:
rajas en los muros
incendios en las azoteas.
La luz estalla sin callarse.
Has visto
te han visto
te han hecho preguntas.
Antes de pasar la puerta, alguien
te preguntó: ¿Para qué vienes?
Sabes
las respuestas.
Tienes
las palabras que abren
la puerta
en la margen de la selva
oscura, en la orilla
de tu futura muerte.
Te abre
la luz de tu lenguaje, firme
desafiando a los monstruos
que te están acechando.
La muerte
es el roce de la historia,
desgaste
de la memoria
y de su olvido.
Ves,
escuchas,
tanteas
en tu muerte
la realidad de tu vida
sin confines,
sus raíces
de árbol,
su ramaje
de palabras
infinitamente articuladas.