Mis pies descalzos tocan la tierra bravía,
besan las palabras del camino,
de la vida que labré en cada centímetro,
de donde fui renaciendo con el tiempo,
en cada capa de humus,
en cada amor, cada sonrisa,
en los gestos humanos de otros seres
que se hicieron parte de mí,
piezas de mi silencio
mezcladas con el viento de los amaneceres,
con los que arropé mis sueños infrecuentes.
Fui llenando mi cántaro sediento
con aguas de otras fuentes,
conocí seres con vida y seres muertos;
y alimenté mi todo con palabras ajenas
que al final crearon el lenguaje
que da forma a mis letras
con el capricho que deja el otoño.
Fui conociendo congéneres,
algunos buenos, otros mejores y peores,
pero al final, humanos todos,
con las mismas tristezas en el alma,
las mismas alegrías con que reímos
y los mismos dolores con que lloramos
en mitad del desierto que cruzamos.
Así, conocí un poeta,
decía llamarse Bambam, no pregunté el por qué,
nadie nos presentó, pero le conocí,
viejo como la encina y el roble,
y de un alma suave como la milenaria seda;
no lo he visto a los ojos
ni estrechado su manos de noble peregrino,
pero se que existe en la distancia global
de este mundo en tinieblas,
cantando con su lira universal a su amada de siempre,
a su amor que no muere
ni en las vicisitudes de la sigilosa muerte,
que del trino del ave al crepitar del fuego
dejó en sus manos vacías todo un mar de recuerdos,
con los que cristaliza poemas en su almohada,
y los envía al cosmos
para “vestir la luna de pulcro tul”.
También conocí a María,
mujer fuerte como su Catalunya histórica,
su alma serena como la mar en calma,
se llena con los ríos del recuerdo
de la voz de su amado,
cuando le habla en el soplo de la tarde.
Ella, hermana del laurel y el amaranto,
construye una biznaga de estrellas
para soltarlas en vuelo al firmamento
y así, enviarle cartas a su adorado,
que se extendió en vuelo con el viento,
desde donde la ama con interminables besos
que mueven su vestido
y estremecen los sentidos en su piel
que aún conserva la huella de sus manos,
que la guían en un viaje sin fin a la ternura
de un amor que jamás tendrá olvido,
ni tiene cabida en otros brazos.
Ese es bambam un viejo soñador de la vida,
aprendí a admirarlo, sin jamás mirarlo,
su juventud de años se escurrió sigilosa
y en sus amores maduró su existencia.
Y María, todos los días se pone la armadura
de su amor sempiterno
y galopa al infinito de su amado
que le sonríe a lo lejos para inspirar su alma.
Él se llama Bamban, ella María,
mi cántaro se llenó de sus vidas
que caminan con rumbos diferentes
a un occidente de sueños y esperanzas,
esparciendo su canto y su poesía,
con la fuerza del que ama más allá de la muerte.
Boca de Uchire 06 de marzo de 2019