En un rincón desolado,
estaba a su lado,
un hombre sentado.
Las gotas de la mañana se evaporaban,
pero no lo empañaban.
El cuadro:
Era una niña de ojos alegres,
sonrisa que contagiaba,
pero de boca callada,
y mucha atención a prestar.
El era un hombre vivido,
de corazón bien latido,
mochila cargada en la espalda
De historias para soñar.
Abuelo cuéntame otra más…
Esa pequeña frase que hacía las horas volar.
El viejo hablaba a destajo,
dudosas historias contaba,
pero no seamos tan malos,
aquí nadie buscaba la veracidad.
Es que esa pequeña cabeza soñaba,
y a su abuelito admiraba,
con una gran sinceridad.
Sin importarle nada más.
Era esa Santa perfección
que sólo el amor puede dar,
amor sincero y sin reproches,
amor verdadero que nunca acabará.
Amor del bueno, amor de abuelo,
amor que al viento consigue perfumar
hasta volverse eternidad
gracias a la inspiración de un poeta
que el cuadro supo admirar,
Ser con la sensibilidad
De palpar el sentimiento
En una simple
y cotidiana
emoción.