Cuando niño miraba siempre al cielo,
por su azul vagaba mi fantasía,
en él trataba de encontrar consuelo
a los sinsabores del alma mía.
Por el azur mi inocencia vagaba
en busca de saetas de colores
y mi mirada siempre tropezaba
con los cárdenos y adustos alcores.
A veces observaba blancas rosas
volar por la azulada inmensidad,
eran más fragantes y primorosas
que las radiantes rosas de verdad.
Mis extasiados ojos deambulaban
por etéreas regiones de cobalto
y las blancas nubes me trasladaban
por encima del vértice más alto.
Una límpida mañana de abril
mi alma fue herida de agonía letal,
en el sinfín de la cúpula añil
no se vislumbraba un solo rosal.