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No era la primera vez que el folder cambiaba de acera, no era la primera vez que mi nombre sonaba como instrumento roto, por esos pasillos largos donde el farsante hería mi autoestima, su enorme acto era masticar chicle ante una sala de jejenes haciendo su propia fiesta con la muchedumbre y un boleto para la poesía, lo hacia otra vez sin devolver el saludo a la altura del verso mientras desconfiaba de la pacifica estructura de mis actos, mi acto era colarme a dos metros de su escultura de simple intermediario, dando órdenes de traidor racista, bebiendo su amargura de sabio alquimista tirado en la esquina, donde cree que cavila Dios con él o con el negro vulgar ese que se mueve eficiente atrás del virio obscuro, prosaico en su fanatismo de huele huesos /en/ con la escritura, sus ademanes afeminados: llenarse la boca de discordia servil de serpiente amaestrada, hablándole a mis conocidos de su estigma de maliciosa bailarina, niña impúdica de paso taibolero . Su seminario doliente de numen socrático solo Buda lo conocía junto a la biografía de Pablo Neruda, intrauterino y falso como toda la herencia que toca del plato frío quedado abajo del árbol seco y las moscas pegadas en el oído con su indumentaria polilla, -siempre hablando mal detrás de mí-.
[No hace falta poner mi nombre en la mesa ni el poco nacimiento que se quedó en la biografía, tampoco hace falta dejarlo en el hospital junto a la enfermera que se debate en su necio discurso de sentirse especialista de la Edad Media, como la comadrona de la literatura…]
Bernardo Cortes Vicencio
Papantla, Ver, México
03:2609032019