Hoy te vi en línea, cambiaste tu foto de perfil por esa que era mi preferida.
Hace tiempo me escribiste, como si nada hubiese sucedido entre tú y yo, ¡intenté responderte, lo juro por Dios! algo muy dentro de mí lo impidió, no pude, no por falta de amor, sino por este profundo dolor que día a día se torna una pesadilla.
Mi mente comprende que utilizaste una de tus tácticas más requeridas, armaste un circo justo a mi medida, con tu amor ficticio, tu romanticismo, mismo que después se convirtió en una porquería, y ni hablar de la Navidad que me prometiste.
Mi psicología, no tarde, pero a tiempo, comprende que así funciona tu mente, como si estuviese en un carnaval donde la ausencia de materia gris se viste de carisma, de lo mejor en existencia al cual no cualquiera tiene acceso para conocer tu esencia pez carente de conciencia.
En cambio, mi corazón no entiende de razón, aun sabiendo quién eres, te ama, te sueña viviendo a su lado, y despierta llorando cada madrugada, frágil, acabado, con miedo, preguntándose a sí mismo, ¿Cuándo terminara mi tormento? ¿Por qué fuiste tan cruel? ¡Y yo a pesar de todo, te amo!
Fuiste creador de mi sonrisa, de provocar amor en un témpano de hielo. Me enamore de tu voz, tus aventuras y de la propuesta misma de hacer el amor una y otra vez como si no hubiese un mañana, despacio, suave, pero sin prisa.
No sé si amarte u odiarte, maldigo y bendigo el día en que llegaste a mi vida, yo no quería amar a nadie, hacerlo era sinónimo de debilidad, siempre me lo repitieron, hoy por hoy comprendo porque me lo dijeron.
Es una lástima haber dejado el odio atrás, haber tenido el valor y sin condición entregarte sin límite mi confianza, mis más oscuros secretos, sobre todo, mi amor, uno que no había tenido la dicha de sentirlo, de expresarlo, menos de demostrarlo.
Te largaste diciendo: ¡Yo huyo de cualquier desastre que diga sentir amor!
Sin embargo, intuía que se encontraba cerca tu próxima víctima…
He borrado tus fotos, tus mensajes, intentando no pensarte.
A veces, no sé qué es peor, si vivir atormentada no de los malos, sino de los buenos recuerdos, las charlas de madrugada, o de aquel aúdio en el cual me cantabas aquella hermosa canción titulada “bella como una rosa” o el hecho al saber que tu personalidad no correspondía al ser perfecto que fingiste ser; aquel que pondría pétalos de gardenias sobre una cama de hotel.
Hombre cruel de sonrisa piadosa, tú me lastimas, tú me acongojas, acabas con mi vida tal cual si fuese un diente de león.