Alberto Escobar

Lázaro

 

Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas.
Pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la
buena parte, ...

 

 

 

 

 

 

 


Llamó a la puerta.

El sol bajaba ya su mirada cuando se apostó
ante la puerta, cenicienta, humilde de nudos
por entre la madera.
Levantó la mano derecha hasta el aldabón que
dorado engañaba a la vista, oropel.
Marta rinde el cerrojo a la curiosidad, sorpresa
vespertina.
Túnica blanca hasta el deslumbre, gesto atónito
el de ella, le abre paso al milagro.
Lázaro yacía al albur de unas lacerantes llagas, sus
lamentos crispaban el gesto del mesías, su muerte
era dulce en los labios del desgraciado.
Expirar y suspirar fue un unísono de lágrima en el
compungido rostro de sus hermanas, la esperanza
en el ungido única carta en la baraja.
Con el misterio rayando la estancia colocó sus
lácteas manos sobre el rostro del finado, lo que
sucedió de seguido quedó en los anales de la fábula.

Y anduvo, limpio de pestilencia y pesar...
Anduvo carajote los primeros compases...

Se fue sin esperar agasajos.
La alegría debía obrar en lo íntimo del hogar.
No cabían intrusos, rehusó protagonismos.

Marta, María y sus oyentes se tornaron
adictos a ese desconocido que se dignó
tocar su puerta cuando más lo precisaban...