ALFREDO

Dulce Apocalipsis

El mundo y su dolor,
su amargura;
todo este terreno absorto
se sintetiza en mí:
puedo oír
el crepuscular llanto de un
infante
y también
el sepulcral grito de un
anciano.

El mundo es otoñesco.
La multitud cría gusanos
pantanosos
en sus cuerpos.
Todo huele a pereza, a
desgano;
huele a deseo de hacer daño.
Hay terror: fetos
encapuchados
y lanzados a los fines.

Desde abajo el barro explota
como explota
la materia encapsulada;
desde abajo, ciega estirpe,
avanzan en manada
espadas del milenio,
un éxodo salvaje
y un génesis suicida.