Un pozo no muy ancho,
ni muy profundo,
lo justo donde enterrar todas mis noches,
la simbología de un dios haragán,
que se niega a hacer milagros,
tal vez cuando se emborracha
deja caer de su mano la moneda,
que sea el azar,
algunos le dicen destino,
para que cargue en mis espalda,
una piedra más pesada,
y seguir caminando un poco más lento,
más cansado,
con un beso postergado dormido para siempre,
con una puerta que nunca más se abrirá,
el balcón con una golondrina que espera..,
pero los días confirman,
que los milagros son pura suerte.
Un pozo no muy profundo,
lo justo para tapar mis sueños envejecidos,
que los cubra la hierba y el rocío del tiempo,
dejándoles un flor en cada nueva primavera,
es una manera de recordar que una vez fuimos jóvenes,
y que la tierra es el suelo que andamos descalzos,
buscando momentos,
atrapando instantes,
llenar al corazón como una alcancía,
con monedas de días felices,
sin contar el tiempo que escurre entre nuestros dedos,
llenar con todo el aire posible los pulmones,
sentirse inmortal,
dejarse atrapar por las flechas de un cupido travieso,
sentir todo el temblor en el cuerpo,
vivir!!,
a pesar de los dolores,
con todos los amores,
sentir el vacio en tu pecho,
y en otros, el aleteo de una mariposa,
la fragancia de las mortuorias calas,
y el jazminero de un verano afiebrado de sensaciones.
Un pozo no muy ancho,
ni muy profundo,
para recordarme que la tierra, el barro y el polvo,
es el suelo que pisa mi cuerpo,
y será la frazada que me acobije para el último sueño.
Daniel Memmo