Los plateados rayos de la luna
encendían las olas verdemar,
que rumorosas iban a besar
las doradas arenas de la duna.
Llegaban a la orilla de una en una
para allí sus penas aligerar,
luego tornaban a la brava mar
a guarecerse en su esmeralda cuna.
Para arrojar de las olas la pena,
a través de un sutil hilo de plata
de la luna un hada descendió.
Cuando la ninfa se posó en la arena,
una inmensa ola, insolente e ingrata,
al fondo de la mar se la llevó.