Y esa noche
nada más quedó el rescoldo
de este amor que ha ardido obstinadamente
hasta en esos inviernos desamparados.
Y cada verano cuando nos vemos
escribimos libros,
inventamos plegarias,
y el fuego brota de nuestros poros,
como hormigas que salen de su nido,
buscando el primer rayo de luz.
Nacemos otra vez,
y morimos en la piel.
No puedo dejarte de tener,
no puedo apagar ni con tierra
las llamas que nacen
de tus pupilas negras.
Y donde se supone que estaba mi corazón,
escarbaste hasta llevártelo con todas sus venas,
dejaste grandes cráteres en mi pecho,
cráteres llenos de aire,
sedientos.
Por eso vuelvo cada tarde
a tocar la puerta y subir escaleras,
para visitar a mi corazón
a quien cuidas y alimentas.