Cuando vi a mi nuevo amor no creí en la verdad.
Era el sueño de los dioses.
Unas mejillas rosadas y labios deseosos.
Pasó cuando termine de desayunar.
La vi pasar por la calle, frente de la tienda.
Era un ángel entre una multitud de voces.
Esperanto marrón y botas de piel como las que coso.
No soy un secuestrador, soy una persona fea que ama las mujeres bellas.
Su desnudez me enamoró aún más.
Cuando entré a la sala tenía un color rojo en la boca.
La sangre adereza los moretones y a veces te ahoga.
Sus ojos grises me miran, llenos de amor.
Sus extremidades atadas a la silla la muestran débil.
Sus senos pequeños la enseñan humana.
Su vulva gotea el vestigio de nuestros hijos.
Sus lágrimas de miedo me obligan a consolarla.
Y lloro con ella para que no se sienta sola.
Le corto la piel para que lloremos todo.
Su vulva, sus ojos, su piel, todo llora.
Empezaba a volverse fébril oírla gritar.
Me dijo que ya no soñaba con los dioses. Había dejado de rezar.
Torturarla se había vuelto un eterno bla, bla, bla.
Entonces escogí coserle la boca, así como con las botas.
Su esperanto lo puse en un baúl, para el recuerdo.
La desollé y me hice unas botas nuevas con su piel.
Sus ojos llenos de odio, aderezo en mi siguiente desayuno.
Y cuando me aburrí de Darling salí a buscar amor en un bar nocturno.