Soy la frase olvidada en un mercado
por los dioses de la intelectualidad.
Para el común de la gente,
soy un extraño hambriento de nostalgias
que nutren mi escases para inspirar mi estro
en los días de mi peregrinación,
que me llevan al deshojado andar de los otoños
con mi chaqueta de invierno,
a cruzar el andén del destierro ultramar
y caminar entre brazas que calcinan
pensamientos sagrados
entre los hangares del miedo altilocuente.
El miedo a pensar nunca fue mi castigo,
la condena de los hombres es no pensar nunca
por temor al castigo, a lo incierto,
por el pánico incesante a cambiar lo que hiere,
porque así se estableció todo y así está escrito,
ya no se puede;
y esta aberración parió dos hombres
al esclavo y al amo, al señor y al mendigo.
Abrí los ojos al mundo
la tarde de un domingo de septiembre;
lejos de nobles cunas, pero con alma noble,
la alegría de mi madre en su llanto cuajado,
fue la primera caricia que me dejó en el pecho
la mestiza insurrecta de mi América plena
y este acto de amor parió un hombre rebelde.
Mis aventuras. ¡Ah! Tantas locuras.
Un libro en mi equipaje, los sueños de poeta,
de cantarle a los pueblos,
a los que nadie llora y a todos les preocupa,
al que besa el polvo con la planta del pie
y lo traga en su desdicha,
acumulando en su alma,
dudas que no se aclaran nunca,
al que no tiene ángel que lo defienda,
ni un hada que les cumpla sus sueños cenicientos.
Vinieron los amores,
los atardeceres de playas tan infinitamente mías,
los altos cocoteros olfateando la luna
en los amaneceres,
mis instrumentos musicales,
que de tanto usarlos se cansaron sus notas,
la musa de mis días dando vueltas al viento
y el retrato lejano de un niño estafeta
que corría por su vida.
Llegaste tú con tus labios encarnados
en forma de impresionables besos,
dejando una huella en el alma
y un mordisco en mi aorta
que te esparció en mis venas.
Sobreviví al abismo de la mentira
y tributé a la soledad galante
con girones de mi vida y mi nostalgia;
trotamundos de espejismos naturales,
partisano confeso,
seguidor del deseo confinado en el alma,
amante por defecto de las cosas comunes,
de las que brillan solas, con color definido,
un fugaz caballero,
navegando en fieros mares con bandera de tonto,
feliz de darlo todo sin pedir nada a cambio,
caminando en la verde espesura de la nada,
con la soledad a cuesta y mi sombra despeinada,
un mortal más del tiempo,
que se desfigura en el cosmos,
con cada día vivido,
viajando en primera clase hacia el olvido