Para escribirte un poema de amor tomo un par de rosas, perfume, fuego... los mezclo en el aire y suspiro, mientras exhalo pienso en el almuerzo, quizás sirvan los mismos ingredientes.
Hablo del cielo y las estrellas, y lo frio y lo oscuro que es todo el mundo sin ti, el abismo de bordes ásperos y dulces que nos seduce a terminar el día en una cama llena de petalos, soy alérgica pero aún así con pétalos siempre, de rosa, roja.
Ya en la cama los pensamientos bordean la lujuria pero la voz de mi santa madre me recuerda la manzana, Adán y Eva, la serpiente... Imito sus movientos e intento que seas tú el que muerda la manzana, que me muerda a mí también. De nuevo la voz castrante, silencio.
Otra vez en la cama, sola... El cuerpo nos pide caricias, mis manos hacen de pincel y se entregan sin frenos, esta vez recuerdo mi catequista, pobre mujer la recuerdo triste, casi amargada, con el seño fruncido y varias canas a sus 25. Su voz me dice que tocarse es pecado, pero se siente tan bien, no hay rincón que no me reconozca ¿habrá investigado ella cada espacio de su cuerpo con conciencia del placer que llevaba implícito? Ahora entiendo, su cara, su seño.
Empiezo otra vez el poema, sin rosas rojas, sin suspiros, ni cielos, ni estrellas. Solo mis manos, mis pensamientos y nada de voces estrictas. Y esta vez sí, de lujuria aunque para los demás siempre es mejor no hablar de ciertas cosas.