Hay algo más bello que tú, sí...
Tú mismo, cuando no fuiste mío.
Nadando en mis pensamientos
bajaba la calle, un niño se interpuso
con una pregunta entre los párpados.
Le solté sobre la palma de su mano
una moneda, no era eso lo que quería
de mí, pero es que me extendió su
mano, ¡que sabía yo, si iba con mis
asuntos!
El niño solo hablaba con los ojos, era
incapaz de articular palabra, o sería
extranjero, ¡qué sé yo, si iba con mis
asuntos!
Me señalaba con el fuego de sus ojos
el largo de la avenida que se abría
a su izquierda, sería que su madre o su
padre pusieron pies en polvorosa hasta
dejarlo en la estacada, digo yo, o sería
que por allí queda el domicilio donde
duerme su día de mañana, ¡qué se yo,
si iba con mis asuntos!
Derrotado por la indiferencia, por la
perplejidad que me pintaba la cara de
signos y signos de interrogación y por
la imposible gramática de un lenguaje
que solo conocían sus ojos, arrancó tal
que corzo que huele el colmillo del lobo
hacia la avenida que no supe entender.
Solo una mísera mueca sobre el labio
superior, una mueca que trataba de
alejar cualquier pensamiento que no
fuera el que llevaba puesto antes del
incidente, se cobró de mí la angustía de
un pobre niño, desvalido, cuyas mantas
para conjurar el frío de la intemperie
guardaba en el fondo de su mirada.