Nací de nuevo.
Mi resurrección careció de luces azules, flores y tinta sobre papel como la primera vez, pero mi madre aún me tendía en reposos interrumpidos por periodos de placentera lucidez.
Así fue como supe que verdaderamente vivía.
A contraluz tomé su pecho, más maduro, y me alimenté. Esta vez fue diferente. El líquido era, pese embriagante, gélido.
Semejante a mi Ente, a mi próximo martirio.
Aniquilación.