En la colina
se encontraba la iglesia
muy solitaria.
Muy cerca de ella
estaba el cementerio
tan solitario.
Yo me acerqué,
llevaba mi silencio
y soledad.
Sobre la puerta
un ángel con su espada
hacía guardia.
Pensé en el ángel
con alas soñadoras
que un día vi.
Sobre las tumbas,
bañadas por el sol,
daba su sombra.
Y me senté,
estaba muy cansado,
bajo el ciprés.
Sin darme cuenta
dormí profundamente
entre sus ramas.
Sentí el abrazo,
profundo de unos brazos,
pero era un sueño.
Rafael Sánchez Ortega ©
05/03/19