Te envío un beso que no es otra cosa
que un ritual infinito.
Hay un altar de ofrecimientos y un sacerdote
confuso buscando las riberas de tus labios.
Hay un bosque en cada deseo de este sentir.
Una madurez mojada que permanece dulce
en la espera de esa vegetación que crece en los tuyos.
Busco diariamente esos tallos que huelen a flor,
que tienen la permanencia de una fuerza entregándose.
Te busco a diario en los desiertos de mi permanencia.
Despierto por las mañanas con tus labios furiosamente
pegados a mí y en su consecuencia me refugio todo el día.
En ese silencio que vivo te beso cada minuto.
Y hay círculos de dulzura y sabores y corrientes
de sexo que me amargan la luz del día sin tu presencia.
Tengo una fuente en alguna parte
de esta original forma
y también tengo tranvías que cruzan regiones
de esta geografía que tiene puertas como funerales.
Ya ves...
ando la noche con muros y con tejas
y anuncio secretos que no me creo.
Y tengo iglesias en donde nadie nunca se arrodilló.
Pero sigo enviándote el beso en correos imposibles.
Formas de intención mencionada que no tienen remite.
Este corazón mojado que tiene secretos y trapos sin lavar.
Espumas que no conozco en la distancia.
Bramar de aguas en donde los pájaros olvidan
la ultima rama de su posado.
Si.
Allí me voy.
Me voy al perfil de tus labios
y dejo en ellos
todos mis sueños,
acontecimientos llenos de rincones
en donde te someto a la esquina,
sin salida,
y allí te beso,
te soplo en la cuesta de tu lengua.
En la cueva de tus palabras.
En la mina de tus verbos.
Si.
En donde esta cuestión masculina
al pegarse a tu piel,
a tus formas,
se desboca y las herrerías donde el vino
es material
se desbocan,
se desbocan mujer,
se desbocan hembra
y entonces la vida se convierte en una enfermedad
y tu eres el hospital donde quitas las costras,
consulta cierta de este canto que te busca.
Ya ves
me voy a la costumbre del olvidado.
Al país sin limites. Sin fronteras.
En la raya justa de los limites
dejo el sonoro nombre de mi nombre
y te beso mordiéndome hacia dentro