Por el Crucificado
resonó generoso mi acento,
al bienhechor
en un suspiro emocionado.
¡Oh Dios!
Que me brindaste consuelo
en todo momento,
dentro de mi pecho acongojado.
Oye mi ardiente ruego,
de ser mi abrigo
ante la maldad y todo vicio
en este mundo frío.
¡Oh mi gran Dios!
Tu nombre divino ensalzo,
y en confesión
concédeme tu absolución.