A la orilla del río una paloma
de lenes alas blancas
alegre besaba el claro cristal
mientras bañaba sus pies en el agua.
Sus labios eran dos rojos corales,
sus mejillas, de grana,
sus cabellos, de oro,
y sus finas manos, de nívea plata.
Jovial y ausente se entretenía
acariciando la corriente clara,
que con sus líquidas y suaves lenguas
lame sus pies de nácar.
Dulce melodía vibró en el aire,
como voz más divina que humana,
que todas las avecillas canoras,
al oírla, intentaron emularla.
Su canto quiso imitar el jilguero,
también lo probó la alondra parda,
remedarlo el ruiseñor quisiera
y hasta la oropéndola negrigualda.
Todas lo intentaron,
pero ninguna pudo superarla,
sobre todas ellas se elevó al cielo
la dulce voz de mi paloma blanca.