Imagine que a usted un día le secuestran a su padre, a un hijo, a una hermana. Nunca más les ve, de ellos quedan los recuerdos, las tareas inconclusas, los sueños que no se realizaron, un par de fotos alegres, pero nunca más les ve, y el Estado, al ser preguntado por ellos y por ellas responde con una carcajada y una frase llena de patriótico cinismo: “se habrá fugado con su amante”. Eso dijeron en Chile los jueces, los militares, los prohombres políticos que avalaban a los criminales, los empresarios de la masacre, algunos, un tiempo después no se sabe bien por qué (ni ellos mismo lo saben) se pusieron a escribir, se creyeron y se creen “escritores”: Vomitivo, carne de Blog.
Pero esto ocurría a diario en los países de América Latina en los que, por orden de los Estados Unidos, se decidió una urgente liquidación del “enemigo interior”. Las Fuerzas Armadas de Argentina, Chile, Uruguay, Brasil, Honduras, El Salvador, Bolivia, Colombia y un largo etcétera, desencadenaron una guerra continental contra sus pueblos indefensos, contra sus propias gente y así la década de los setenta y parte de los ochenta fue de terror y asesinatos por orden del Estado, de un Estado obediente a los mandatos norteamericanos (y aún los son), así que no debe extrañar que el anti imperialismo sea todavía una demostración de coherencia moral.
Imagine que usted, lector, tuvo la fortuna, la cruel y despiadada fortuna de encontrar los restos de su padre, de su madre, de una hermana, de su hijo –miles no han tenido ni siquiera esa maldita triste suerte-, pero lo encontró mutilado, degollado, con múltiples signos de evidente tortura. Al intentar saber qué les ocurrió, quienes eran los responsables de tal atrocidad, usted era de inmediato sospechoso, anti patriota, subversivo, potencial degradador de la “convivencia nacional” o enemigo del modelo económico e incluso como se diría hoy en España: anti constitucionalista. “Se suicidaron” o “fueron eliminados por sus propios compañeros”, decían las respuestas repetidas por los jueces, los militares, los pro hombres de la política que ya empezaban a planear sus puestos como administradores pos dictatoriales, y los empresarios cuyas ganancias se incrementaban con el miedo social. Vomitivo, Carne de Blog.
En Chile, un sujeto llamado Patricio Aylwin, que fue presidente elegido por los chilenos que votaron con asco inmediatamente después de la dictadura militar –la del modelo económico continuó-, declaró sin el menor atisbo de vergüenza que con su gestión terminó la transición a la democracia, a una democracia excluyente en la que los asesinos se paseaban impunemente por las calles. Y las calles de las ciudades chilenas tienen algo hermoso; a menudo uno se encuentra con mujeres valientes y con hombres heroicos.
Imagine que usted camina por esas calles y de pronto, a la salida de un cine, mientras espera mesa en un restaurante o cuando acude a una cita de amor, usted se encuentra con el asesino de su padre, de su madre, de una hermana, de su hijo o de su mejor amigo. ¿Qué haría usted si esto ocurriera en Milán, en Frankfurt, Madrid o París? Como usted es italiano, alemán, español o francés, dirá que estas infamias no ocurren en el siglo XXI. Pero en Chile si suceden en nombre de una “convivencia nacional” basada en algo tan atroz como El Silencio de Los Corderos. Las víctimas tenían que ir en silencio al matadero, jamás debieron gritar sus verdades justicieras, sus hermosos e inmaculados sueños de justicia social, de equidad humana y de progreso colectivo.
Como levantaron sus voces incluso cuando se ensañaban con sus cuerpos, entonces son ellos los culpables de las atrocidades que sufrieron, y el Estado redacta un indulto, una amnistía que beneficie a los asesinos. Un perdón que justifica todo lo que hicieron. Una libertad que no merecen y que envilece la idea misma de la libertad. Un pretendido acto de justicia que prostituye a la de por sí prostituida justicia chilena. Vomitivo. Carne de Blog.
El presidente Lagos justifica el indulto a uno de los asesinos de Tucapel Jiménez, un sindicalista y un demócrata a ultranza, aludiendo a su condición de estadista. Comprende a los familiares del asesinado, del degollado, del desaparecido, del torturado, pero él es un estadista. ¿Nadie se atreve a decirle que la única virtud de los hombres de Estado es la de escuchar y atender al justo clamor de los ciudadanos? El 11de septiembre, según la prensa chilena, los militares “celebraron en la intimidad de sus cuarteles” su traición, que ellos siguen llamando “gesta”. Todos los que vestían uniforme en 1973 y no se rebelaron junto a los oficiales dignos como el General Bachelet, son cómplices por acción u omisión de las salvajadas perpetradas por la soldadesca, fiel a las órdenes de Pinochet y de la oficialidad que le seguía en rango descendente. Sostener los contrario es mentir. Todos sabían que se torturaba, que se asesinaba, que se violaba, que se hacía desaparecer a los detenidos, que se robaba y que incluso se realizaban actos terroristas en el extranjero. Todos lo sabían. ¿Qué celebran entonces en la intimidad de sus cuarteles? Y el ex presidente Aylwin considera que él culminó la transición a la democracia. Vomitivo. Carne de Blog.
Los muertos estorban, las víctimas estorban, son molestas, los que piden justicia son más molestos aún. Se alude con frecuencia y cinismo, que otros gobiernos pos dictatoriales concedieron indultos a militantes de izquierda, a subversivos. Pero se elude mencionar que esos militantes, que fueron sometidos a farsas de juicios y recibieron sanciones severísimas, actuaron, se enfrentaron, jamás a la población civil y desarmada, sino a los que usurparon la dirección del país, a los que asesinaron, torturaron, degollaron, e hicieron desaparecer a miles de hombres y mujeres. Cumplían con el deber elemental de El Ser Ciudadano, y que es enfrentarse por y con todos los medios a las dictaduras. Ellos son las mujeres valientes y los hombres heroicos con los que uno se puede topar en las calles de Chile.
Los muertos son molestos, su recuerdo es como una piedra en el zapato, impiden caminar “hacia el futuro”. Los administradores de los países y los que quieren serlo, porque los países, gracias a la lumpenización del Estado lograda por las políticas neoliberales, se han transformado de patrias a empresas que deben ser administradas con criterio mercantil. Entonces hablan de “mirar al futuro”, pero obviando que esto siempre se hace –lo decía Montesquieu- “desde la solidez de un presente libre de las felonías del pasado”.
Es curioso ese afán de “mirar al futuro”. En Italia Berlusconi amañó leyes para eludir a la justicia y lo hizo por su vocación de futuro. En España, Mariano Rajoy, hombre de derecha y jefe de la oposición y en aquel entonces más ridícula y excéntrica de la “democracia” española, anuncia que “a partir de ahora sólo se mira al futuro”, en un intento de ponerse el mismo unas antiparras de mulo, para no ver que la dirección de su Partido Popular está en manos de la ultra derecha más cerril y que su único proyecto es regresar a un pasado de camisas azules y saludo romano. Hasta en los Estados Unidos, el gran bobalicón texano, esta vez sin uniforme de piloto, repite que “es hora de mirar al futuro”, mientras los cadáveres hinchados de los negros pobres que habitaban Nueva Orleáns esperan a que les toque una de las 25.000 mortajas de plástico, último portento humanitario del imperio, y Halliburton recibe el encargo de reconstruir la ciudad. Vomitivo. Carne de Blog.
Algunos datos fueron leídos y recogidos del escritor Luis Sepúlveda, colabrador del periódico francés Monde Diplomatique.
De mi amigo:
Manuel Meneses.
Escrito y publicado en África.