Tendría unos 12 años. Delgado de contextura, ojos claros, piel blanca. En plena adolescencia. Iba acompañado de sus padres y un hermano más pequeño. Un trayecto corto de Gandía a Valencia en tren. Yo me encontraba sentado en la fila de asientos detrás de ellos. Leía “la villa de las telas” de Anne Jacobs. Lo que me distrajo de la lectura fue la conversación del padre. A cierto punto, en voz alta escucho:
— ¿No serás tu mariquita verdad? —
— ¡No! — respondió el adolescente con evidentes signos de vergüenza. En ese momento levanté la mirada y me tope con la mirada suya. Se había ruborizado.
— Es que a este punto — continuó el padre — los anormales seremos nosotros, los que nos gustan las mujeres. Hay una proliferación de maricones por todas partes ¡Qué asco la verdad!
Me sorprendí sobremanera al escuchar aquello. Sobre todo porque no se cortaba y el tono de voz era elevado, como para que todos lo escucháramos. Traté de hacer caso omiso y volví a mi lectura.
Siguieron otros temas de conversación pero no quise seguir escuchando. A cierto punto de nuevo el tono de voz se elevó. Esta vez discutía con la madre.
— No es así como dices Alberto —
— ¡Tú te callas! Es así como lo estoy manifestando ¿Qué vas a saber tú?… —
La señora se quedó callada y no volvió a hablar.
De nuevo levanté la mirada y me crucé con la del joven bastante embarazado por la situación.
Le sonreí, incliné la cabeza hacia un lado levantando los hombros. Un simple gesto de comprensión. Me respondió con una leve sonrisa.
En una estación antes de llegar a Valencia descendieron. El padre lideraba el grupo llevando de la mano al niño. La madre detrás junto al joven que, mientras partía de nuevo el tren, dándose cuenta de que los miraba, me saludó con la mano tímidamente.
Me preguntaba cómo vivirían en aquel hogar después de aquella manifestación que pude observar. Si así se comportaba el padre en público, no me quería imaginar cómo lo haría en privado.
Suspiré profundo y ya no me pude concentrar en la lectura. Me venía una y otra vez aquella escena y las palabras hirientes de aquel padre de familia para con su hijo adolescente y su señora. Al poco tiempo llegamos a destino, pero ellos quedaron en mis recuerdos y quise escribir este relato. Compartirlos con ustedes amigas, amigos, lectores del alma.