La guerra aguardaba deseosa
en los cajones de madera bronceada,
esperando la mínima señal de batalla.
La mitad de un segundo bastó y desembocó
la cruzada de dos corazones
combatiendo hasta descuartizar
con palabras y miradas
cada una de sus partes.
Para después recoger los pedazos,
y pegarlos desordenadamente
en el esqueleto de este músculo
que no cesará de regenerarse.
La guerra permanece deseosa,
esperando ser clamada
por la palabra desencajada en un cuento,
por el gesto feroz del ser amado,
oculto y maniatado,
permanece escondida en el corazón enmendado,
en la voz privada de ser,
y en el alma triturada.