Y ese día entendí que no era hambre,
ni un gusano viviendo en mis adentros
comiéndose mis vísceras
lo que hacia doblar mi cuerpo,
era la ausencia de sus manos en mi cuello,
la falta de sus abrazos mirándome de lejos,
y las tardes que ya no pasaríamos bajo el sol
iluminado para los dos;
Ya no perforaría mis oídos esa risa nerviosa,
ni escucharía el arullo de los -te amo- enredados
en las notas de su trombón.
Entendí que cuando se va,
lo siguen mi corazón,
mi carne,
mi sonrisa,
mi estómago,
y mi razón.