En nuestra primera luna sonriente, fluyó del manantial de tu sexo, orgasmos que bañaron mi pelvis y mis vello púbico. Rítmica existencia mutua, en la unión de lo que somos y para lo que somos.
La hermosa sonreía y yo sonreía con ella, en cuanto despertaba el amor al atardecer del nuevo día; donde llegamos con cicatrices y desesperanzas. Pero de las cuales geminaron complicidades y una seguridad nueva que nos autoriza a la Eudemonía.
Es que fue en esa luna tierna, donde se nos otorgó la preciada Afrodita de oro, dadiva divina de los Olímpicos; para todo aquel que descubre el valor de la vida y posee la valía necesaria para honrarla.