¡Dorados atardeceres de otoño
que inundáis de colores la alameda,
que de luz y sombra pintáis el campo
y de ocres hojas cubrís la pradera!
¡Dorados atardeceres de otoño
que bañáis de luz y color mi tierra,
iluminad las sombras de mi alma
y desvaneced de ella sus tinieblas!
Quiero ver la luz de los viejos campos,
aspirar la fragancia de las huertas,
recorrer los intrincados senderos,
andar por sus caminos y veredas.
Quiero acercarme al sonoroso río,
oír el canto del agua entre las piedras,
bañar mis pies en los claros cristales
y la dulce voz de la filomena
escuchar entre los suaves murmullos
con que me brinde la naturaleza.
Quiero deleitar mis rudos sentidos
con las tiernas y fragantes esencias
que en las tardes doradas de otoño
impregnan las lenes ondas etéreas.
¡Dorados atardeceres de otoño
de mi lejana e inolvidable tierra,
no sé si podré vivir sin vosotros,
no sé si podré ser feliz sin ella!