El cielo vespertino
se cubre de oro y grana
y un cálido y dorado atardecer
se refleja en el espejo del agua.
El cristal pulido mis ojos besan
de las límpidas aguas azogadas,
mientras oigo un agradable silencio
que suspira en los poros de mi alma.
El globo solar despacio se aleja
hundiéndose en púrpura sangre en llamas,
de la alameda mueren los colores
y el agua se cubre con negra gasa.
Mis tristes ojos derramar quisieran
una furtiva lágrima,
pero lejanos sones se lo estorban
arrullados por el viento en las ramas.