Me he encontrado con mi sombra
bien adherida a mis pies.
Por más que patee con furia
no hay modo de despegarla.
Ella prosigue en seguirme
obstinada y rencorosa,
más negra o más clara según
la luz y el pavimento.
Hay veces en que se levanta
del piso como un resorte
y se adueña de la pared
en la que quiero apoyarme.
Por momentos se reduce
a poco más que una mancha,
una manchita en la orla
de mi camisa más blanca.
A veces pues la confundo
con la sombra de mi padre
que vuelve del otro mundo
para reñirme y punirme;
y hay veces en que la confundo
con la sombra de un amigo
esfumado con los sueños
de una juventud perdida
o con la de una mujer
que hubiera podido cambiar
mi imagen vacua e irreal
en cuerpo firme y presente.