El suspiro flota hacia donde el aliento del amante lo llama,
y penetra lento el pulmón que lo reclama,
así como los ojos miran poseídos
solamente a la mirada amada,
la lengua vive en la piel donde se quema,
donde se quemó, donde se quemará,
y el corazón palpita cuando se acuesta en ese pecho
sintiéndose eterno.
El amor no tiene dueño,
aunque siempre regresa donde obtuvo alimento.