Con hilos de oro, en soledad callada,
tejí para el amor la poesía;
pinté su mapa sobre la explanada
donde crece la vida y se extasía.
Soñé en la noche su canción sagrada
y amé su verso al despuntar el día;
canté dichoso y voz apasionada,
de sus notas la eterna melodía.
Vagué luego, consciente de mi canto,
sin detenerme en arrabal alguno,
en pos de un reino sensitivo y fuerte.
A ese mapa, ese verso y ese canto,
exultantes tal vez como ninguno,
les di la vida y les negué la muerte.