Los cimientos de este templo,
están hecho de sueños e inocencia.
Se empeñaron en crear un edificio
donde levantar muros, era el afán.
Una obra magna: languidecida.
Tallaron los miedos, ofrenda
para el Dios del destino incierto.
Cerraron los arcos donde se divisaba
en total plenitud la libertad,
Pintaron las vidrieras de la conciencia
Y forjaron las rejas en la ignorancia.
Ahora palpitan los retablos,
gime, el templo, con una cuadrilla
de hierba bravía, ansiosas en su faena.
Una campana pausada, lenta, melancolíca,
toca a los cielos que clarean indecisos.
Una pincelada de niebla cubre la obra
pero un concierto de versos cantan
Ya, al claro, largo, esperado horizonte…
Antonia Ceada Acevedo