¿Por qué se me antojan como insumos de complacencia carnal y de piel?
Presumen para mi ímpetu una fortaleza fetichista y de reafirmación. Una energía en apariencia vital que me arroja a lo prohibido, a aquella condición instintiva del ser que me reduce a constituirme, igual que a cualquier sujeto enervado por las brasas del deseo, como una materia incandescente que se incorpora sin razón, sin dominio mental, sin legitimidad. Son la estimulación latente de mi libido recubierto en la mayoría de las ocasiones por la devoción a los discursos, las letras, la moral y el intelecto, que para entonces dejan de ser una contención. Son aquello que atormenta mis sentidos, que eriza mi corteza, que paraliza mi raciocinio, que provoca una circulación presurosa de la sangre por cada uno de los recovecos de mi cuerpo a través de las venas, que agita mi respiración desmedidamente, que turba mi paz...que controlan mi manera de ser y estar.
La concupiscencia toma mi cuerpo como lo hacen los demonios hambrientos por habitar la vida, mis funciones responden únicamente a las ganas fogosas de proximidad corpórea, mis poros transpiran apetito venero, mi mirada ahora lasciva reconoce la intimidad, mi voluntad ninfomana es la guía de mis actos...vivo un estrambótico sonambulismo, una conversión semejante a la del Dr. Jekyll pues en mi hábita otro ente insurrecto, sátiro y antónimo que encarnizadamente codicia revelarse.