Yo convivo con un fulano despiadado
que se disfraza de mí y dice ser yo,
pelea conmigo queriendo ocupar mi sitio.
Pero él es egoísta aunque sepa ocultarlo
con sus buenos modales de religioso altruista;
cree que no entiendo sus mentiras
cuando trata de engañarme
y envenenar mi alma,
se mueve en escenarios turbios
y es un audaz hipócrita del absurdo.
Como a satán, lo apresé por mil años,
para que no devore inocentes,
para que no atormente mi conciencia,
ni me haga ver el mal por bien,
ni pagar con traición cuando saludo
esgrimiendo una sonrisa en la web.
Es mi otro Yo, que se mueve
como fiera enjaulada,
como dragón en la torre de un castillo de arena,
incitándome al odio nauseabundo
con que se perfuman los políticos globales,
que quieren paz mundial propiciando la guerra.
Mi otro yo que martiriza
al pendejo que habita en mi madriguera,
que sueña con los labios de la mujer amada,
con su traje de jazmines nocturnos,
y no en night clubs de citas de clase high.
Mi otro yo incitador del delito,
me habla en el oído derecho
como un picapleitos de buenas intenciones,
y se mete en mi cerebro colocando sus minas
para detonar mi todo.
Yo he aprendido a perdonarlo,
porque es tan parecido a tanta gente que conozco,
que a diario veo en la tradición del hollín moderno,
que creo que la ciudad de pronto
se llena de espejos por doquier,
con trajes de materialismo inútil,
con rictus célibes que fingen ser buenos,
llenos de la plástica tristeza del engaño
que les nutre la panza
y que lleva a un foso sin salida
de donde no se vuelve nunca.
Es mi Alter Ego oscuro, libertino
pagano y aterradoramente humano.
Lo ato con cadenas para que no destruya,
esa parte de mí que aún conservo con vida.