Arenal de jarcias y mozos de cuerda.
Hormiguear de plata, carne de
reyes y francachelas.
Un ápice de luz falta, cielo
que no cesa de luna, el
horizonte no existe.
Camino de silencio que
alcanza música, ruído
dentro de una enlatada
muchedumbre agolpada.
Silencio de palabras junto
a la caminata, metafísica
barata que surfea el alejar
de un río que me acompaña.
Palacio de San Telmo a la
vista, espera torre albarrana.
Tocada de oro me espera
en la verja sentada, paso de
largo, ensimismado, con el
mirar en la entraña.
Agua quieta titila a la farola
que hiere como estaca.
Cerca, un puente de argollas
que baila la ola del agua.
Por debajo pasa ahora, blanca
de plata y luz, años miles
de hazañas, antes, con la
morisma, barcas rendían tu
carga.
Castillo de San Jorge, de
inquisitiva semblanza,
encierra en sus almenas
expedientes de escarnio
y jarcha que atravesaron
de quilla a quilla el barrio
de Triana.
El prosaico destino de mi
andanza pronto me espera,
Paseo de Colón a la derecha,
Betis a la izquierda, metafísica
y Platón en el centro de la
escena adornando pensares
y cabezas.
Recorrer sabatino de un curso
que se me torna miel sobre
hojuelas/ noches, luces, algazaras
son guirnaldas de fiesta.
Efervescencia y letargo se
mezclan hasta el remanso,
caricia de brisa marinera orla
de sal la frente espesa.
Un paso de peatones me despierta.
El sueño termina, la música empieza.