Era la voz ronca de quien grita y no calla,
del que al final del pasillo dibuja el sol,
el que no entra en la ventana de un monstruo de concreto
en el corazón de una cuidad que respira el humo
del fumador ya ajado por los años de calvario,
la cuidad del que reza a escondidas y del que empuña
un arma en la cabeza de un niño.
Era el cuerpo cansado del que madruga trabajando,
del que cuenta monedas a fin de mes,
eran las manos que sostenian el cielo para el cachorro,
para la vieja desgastada por un ritmo que nunca,
nunca frenaba en las esquinas.
Era el hijo, el padre, el hermano...
Era ese que encontraron muerto ganándose el pan.