Danny McGee

LA BRUJA DE AVE LIRA.

La bruja de Ave Lira.

Del silencio escalofriante de un barrio brumoso, con rudos paisajes de árboles sombríos que alzan sus ramas al perdido firmamento y que inmóviles parecen atacar la soledad del camino estupefacto de la infausta medianoche, un alma silente, cargada de maderos y cristales en el rostro, aparece caminando por los yuyos de la berma. La bruja de Ave Lira, la temible celadora de las almas putrefactas de los años respirados, se confunde en la niebla con el alma de Annabel, la pequeña muchachita que una vez perdió a su amado.
Dicen que Annabel era toda una princesa, de mirada más celeste que las noches de verano, de manos que alumbraban lo que el sol deja en el alba y dueña de una risa que en las horas elevadas de la nueva madrugada, podía colorear los más tristes tulipanes.
Pero al llegar el viejo otoño, que resalta por su gélido mensaje taciturno, cayó flechada en el recuerdo de un amor que hirió su pecho de latidos luminosos; y fue entonces donde un alma quedó grabada en el camino y llamada, erróneamente, La bruja de Ave Lira.
Todas las noches, mientras toda la gente se rinde por el sueño que los lleva a paraísos de azuladas odiseas, el alma de Annabel se derrama en pesadillas… y camina en el silencio de la bruma que envuelve aquel barrio marchito y que ofrece paisajes de penumbras otoñales por extrañas razones que hoy ignora la ciudad. La bruja de Ave Lira, aquella que se asoma por los sueños decorados de los amantes furtivos, es la misma que los hiere con eternas desazones en umbrosos porvenires, es la misma que, en verano, le llamaban Annabel.