Mientras registro el espíritu del piano aquel
que siempre acompaña
los días en que te necesito,
le robo una canción a la tristeza
que se anuda en el lazo del recuerdo,
bajo la sombra de los latidos
que se sincronizan con el silbato de un tren
que se llena de la nostalgia
derramada entre papeles,
que modelan el tapiz de tus labios
con su rojo pasional,
que deshojaron la última margarita
del carrusel perdido
que se convierte mi vida desde adentro.
Hay un invierno en mi alma
que no cesa de agitar las nubes
en la húmeda melancolía del pensamiento,
que me lleva encadenado a tu recuerdo
con una precipitación frugal,
llueve sin morigeración,
donde las flores invierten el ciclo de la vida,
matizando los tonos de gris,
donde el cúmulo de lo que fue contigo
aumenta su torrencial silencio
y me transborda a una ilusión sin ojos,
a transitar torturas repartidas,
a sembrar de agaves el ocaso
que destilarán mis pies abandonados.
Llueve desde adentro,
desde la ilusión perdida,
antes mágica y significativa
de un vocablo insatisfecho,
que murió de tanto repetir lo mismo
y ahora, como eco explosivo en mi cerebro
discurre deambulando perdido
entre la locura del amor en soledad
que no encuentra el sentido
de las palabras salidas del corazón a mi boca,
y de mi boca a tu alma,
y hoy se encuentran orbitando en la nada
que es la vida sin ti,
como una primavera muerta de amar tanto.