Estabas ahí, mirándome,
como cuando eras mi ilusión,
mi casa, mi paz.
Me diste aquella sonrisa que
aún puedo dibujar en la oscuridad;
esa imagen tuya
llenó mi alma de calor, de
ternura, de la más pura felicidad.
Caminaste hacia mí,
con tu paso largo y resuelto;
Mi corazón enternecido no pudo
negarse a acelerar su palpitar.
Entendiste tu mano,
cómo invitandome a bailar,
o quizás a volar.
Te miré a los ojos a través de la
brisa contenida en mi mirar;
entonces suspiré profundo,
pues supe que al intentar
tocarte tendría que despertar.